1 de octubre de 2010

Al borde del sendero. Antonio Machado.


Al borde del sendero un día nos sentamos.
Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita
son las desesperantes posturas que tomamos
para aguardar... Mas Ella no faltará a la cita.

Poesía. Antonio Machado. Editores Mexicanos Unidos. México, 2a. reimpresión, 1989, p. 54.

29 de agosto de 2010

Imbuida de muerte.

El cálido roce de la muerte se la había llevado; las alejaba. ¿Cómo sujetarla lo bastante para que no se fuera, para que no se metamorfoseara en una niña de seda envuelta en el capullo de su sudario? Porque no hay brillantez en tu partida; sólo vacío y angustia, musitó a la hija arrullándola; quisiera partir contigo allá donde la muerte enseña a vivir a los muertos... Mientras miraba por última vez su cuerpo tan amado volvió a sentir el olor que su hija desprendía y que tendría que asociar siempre al de ella. Aspiró el hedor dulce y denso de su niña que ya nadie podría arrancarle. Este olor me acompañará hasta que yo muera y la ponga de nuevo entre mis brazos, se dijo.


Imbuida de muerte. Lourdes Gómez Voguel. Por la literatura! - mujeres y escritura en México, Cuadernos de Crítica 5, Universidad Autónoma de Puebla, México, 1992, primera edición, p. 100.

27 de agosto de 2010

La muerte y el tranvía 3/3.


El viaje de regreso fue una lucha con los itinerarios y las conexiones, escalas en San Juan y Miami, y finalmente la llegada a Managua, los parientes y los abrazos, las condolencias, la casa enlutada y poblada de gente, el féretro en el centro de la sala, y el rostro que había reconocido en el espejo desfigurado ahora por la muerte y la descomposición. Caminamos hasta el cementerio bajo el sol implacable, bajo los discursos de sus amigos y correligionarios, bajo una llovizna persistente que malograba la mezcla del cemento y obligaba a la gente a refugiarse bajo los árboles. Volví caminando por calles aledañas. En silencio me acompañaba Gonzalo...

La muerte y el tranvía. Nicasio Urbina. Crítica, Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, Nueva Época, diciembre-enero, No. 64. p. 119.

26 de agosto de 2010

La muerte y el tranvía 2/3.


Ahora que lo pienso me extraña que yo no indagara en los detalles, que no preguntara cómo lo sabía, por qué lo habían matado, cómo había sido; pero en ese momento los pormenores me parecieron insignificantes y en lo único que pensaba era en mi madre y mi hermano, viajando probablemente por la meseta castellana, sin saber que desde hacía varios días el cadáver de mi padre se enfriaba en la gaveta de una morgue. Di media vuelta y salí a la calle, vi la acera desierta castigada por el sol deslumbrante y caminé de prisa... Fue entonces cuando me preocupé por los detalles... Lo habían matado tres días atrás... Habían sido dos balazos certeros, en medio de la calle y a plena luz del día. Murió en el camino al hospital. Del asesino no se sabía nada, más que lo había matado a traición, como matan los cobardes. Entré al baño y me froté la cara con agua fría. Me miré en el espejo y por primera vez en la vida noté las facciones de mi padre, los ojos oscuros y rasgados, los labios finos. Sentí deseos de llorar pero me eché más agua fría en la cara y me mojé la cabeza.

La muerte y el tranvía. Nicasio Urbina. Crítica, Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, Nueva Época, diciembre-enero, No. 64,  pp. 117-118.

25 de agosto de 2010

La muerte y el tranvía 1/3.


Llegué sin dificultad a casa de Marisol, con la sensación de que me movía con soltura en el mundo endemoniado de los laberintos cotidianos, como un pequeño héroe que se acercaba triunfal a su destino. Me abrió la puerta su madre y me saludó con su estilo hosco y cariñoso donde la bienvenida se confunde con el reproche. Marisol me abrazó con fuerza, lo que interpreté como un efecto de la pasión; mientras Carla me veía con desconfianza y misterio. "¿Qué haces aquí?", me preguntó, como si sospechara que yo venía buscando algo que ella había adquirido por error. "Nada", le contesté, "quería visitar a Marisol". Como si mi respuesta no tuviera sentido en el mundo que ella vivía en ese momento me llamó a su cuarto. "Vení, te tengo que decir una cosa", y sin esperar que yo terminara de entrar me dijo de repente. "Mataron a tu papá".

La muerte y el tranvía. Nicasio Urbina. Crítica, Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, Nueva Época, diciembre-enero, No. 64. p. 117.

1 de agosto de 2010

La muerte 3/3.

En cambio, todos los demás difuntos pertenecen a Dios. Pero para que suban al cielo con Él, es necesario que se lleve a cabo un ciclo de ceremonias a lo largo de un año: a los nueve días, a los cuarenta, a los seis meses y cuando se cumple el año. Consisten en oraciones recitadas durante horas por los parientes con la ayuda del neec tiiid nandeow, y terminan con una comida. Las oraciones son muy importantes -especialmente las de los nueve días, cuando el muerto va y viene, hesitando en alejarse del lugar en donde ha vivido hasta ese momento- porque permiten al alma del difunto aprenderlas bien de memoria. Saber estas oraciones es esencial para superar el examen a que será sometida por San Pedro.

El ciclo se concluye al año si existen posibilidades económicas y voluntad por parte del que fue encargado; si no, se postergará, agrupando a veces en una sola ceremonia las correspondientes a varios difuntos. La conclusión se llama ahtep nicec "sube la ofrenda". Se articula en tres días, según el mismo ritual que se sigue para las fiestas de mayordomía.

Los Huaves de San Mateo del Mar, Oax. Italo Signorini. Instituto Nacional Indigenista, 1979, México, p. 48.

30 de julio de 2010

La muerte 2/3.

En sus últimas horas el moribundo recibirá la visita del neec tiiid nandeow "el que pone en camino al muerto", un especialista de la oración que volverá a ser llamado después de la muerte para recitar otras oraciones hasta que los restos mortales no se entreguen a los monarang obre "los que hacen el trabajo". Estos tienen que tomar el cadáver -que mientras tanto ha sido arreglado en casa mirando al "santo", es decir, con la cabeza hacia el sur- ponerlo en el ataúd y llevarlo al cementerio acompañado por un grupo de cantores, pertenecientes a la línea de cargos de la Iglesia.

El entierro tiene lugar en el cementerio, en donde varones y mujeres se colocan separados y las tumbas se mantienen cubiertas de flores y de objetos amados por los difuntos. Fuera del cementerio se entierra a los muertos de muerte violenta, que Dios no acoge, porque el funesto suceso ha modificado el curso del destino que Él había fijado, y por lo tanto debe considerarse obra del demonio. Sus almas se quedan para siempre en la tierra, hostiles fantasmas vagantes.

Los Huaves de San Mateo del Mar, Oax. Italo Signorini. Instituto Nacional Indigenista, 1979, México, p. 48.

24 de julio de 2010

La muerte 1/3.

Cuando uno siente que su fin se aproxima, empieza a asignar sus bienes (si es anciano, lo que todavía no haya repartido); advierte a los familiares, según sus simpatías, de quién tendrán que ser aceptados los regalos fúnebres y de quién no; llama a los amigos a los que quiera confiar alguna disposición secreta; decide quién tendrá que lavar su cadáver, quién lo vestirá y quién será el encargado de las oraciones. Finalmente -y esta es su decisión más importante- establece cuál de sus parientes se encargará de los ritos necesarios para que su alma pueda abandonar la tierra. El familiar al que le toque este deber recibirá algo más para sostener la carga de las ceremonias previstas; castigo de un eventual incumplimiento sería su exclusión de la herencia por parte de los demás parientes, ayudados por las autoridades municipales si es necesario.

Los Huaves de San Mateo del Mar, Oax. Italo Signorini. Instituto Nacional Indigenista, 1979, México, p. 47.

15 de junio de 2010

Poema. Circe Maia.



Por detrás de mi voz
-escucha, escucha-
otra voz canta.

Viene de atrás, de lejos
viene de sepultadas
bocas, y canta.

Dicen que no están muertas
-escúchalos, escucha-
mientras se alza
la voz que los recuerda
y canta.

Dicen que ahora viven
en tu mirada
-Sosténlos con tus ojos
con tus palabras
sosténlos con tu vida
que no se pierdan
que no se caigan.

No son sólo memoria
son vida abierta
continua y ancha.

Son camino que empieza
y que nos llama.

Cantan conmigo
conmigo cantan.


Poesía rebelde en Latinoamérica. Saúl Ibargoyen, Jorge Boccanegra. Editores Mexicanos Unidos, 1a. Edición, 1978, pp. 319-320.

13 de junio de 2010

Poe.

A las puertas de una taberna de Baltimore yace el moribundo boca arriba, despatarrado, ahogándose en su vómito. Alguna mano piadosa lo arrastra al hospital, en la madrugada; y nada más, nunca más.

Edgar Allan Poe, hijo de harapientos cómicos de la legua, poeta vagabundo, convicto y confeso culpable de desobediencia y delirio, había sido condenado por invisibles tribunales y había sido triturado por tenazas invisibles.

Él se perdió buscándose. No buscando el oro de Californa, no: buscándose.

Memoria del fuego (II) Las caras y las máscaras. Eduardo Galeano. Siglo XXI editores, p.205.

8 de junio de 2010

Marikikii. Gabriel Pacheco Salvador.

Hace años vivía un niño muy acuitado. Su mamá lo apodaba Marikikii. Solía esconderse cuando veía pasar gente con un muerto. Solo, se ponía a meditar. Duraba mucho tiempo pensando en la muerte, porque le preocupaba mucho que la vida se terminara. Por eso, por las tardes, cuando acostumbraba acostarse, no dormía pronto por estar pensando: ¿Por qué será que los hombres morimos? ¿Por órdenes de quién nos sucede? ¿Qué se sentirá estar muerto? Realmente he escuchado que los muertos no respiran, ¿qué las personas que se hacen pasar por muertos aguantan mucho? ¿Y por qué yo no puedo aguantar tanto? ¿Por qué ellos se martirizan? Es bien sencillo, deberían respirar y volver a la vida normal. Así pensaba continuamente.

Al despertar, se levantaba con casi nada de inquietud, pero cuando atardecía entraba en un mundo de temores y cuando ya oscurecía, no podía ni moverse de su cama del miedo que lo aterrorizaba; le tenía sin cuidado si estaba cansado por mantenerse en una sola posición, lo que importaba era no moverse, ésa era su resignación.

Iguana Azul, revista de literatura en lenguas indígenas, No. 4, p. 20.

A Mritiú, dios de la muerte 3/3.


Oh tú, que te hallas tendido ahí, sin respiración; tu mano débil ha dejado escapar el arco; yo lo cojo. Con él se mostrará nuestra fuerza, porque nosotros somos hombres de corazón.

Oh amigo, que dejaste de vivir, vuelve a la tierra, madre generosa; que ella te sea leve como un tapiz sedoso, porque honraste a los dioses.

Oh Tierra, entreábrete. Recibe dulcemente a tu hijo. No lastimes en lo más mínimo su cuerpo inmóvil. Cúbrelo, como una madre acuesta a su hijo y lo tapa con su ropa.

Levanto ese montículo de césped que servirá de defensa a sus restos. Los dioses velen por ti. Que Yama adopte como suya esta morada.

Pero mi vida se escapa, y me lleva como la flecha guarnecida lleva su pluma. Y, ahora, silencio. Es preciso que contenga mi voz, como se refrena el ardor de un corcel.

La India Literaria. Editorial Porrúa, Colección Sepan cuántos..., México, primera edición, 1972, p. 27.

7 de junio de 2010

A Mritiú, dios de la muerte 2/3.


Los días, los meses y las estaciones se suceden. Que el más anciano deje su lugar al más joven. Que esa sea, oh Dios, la ley de este pueblo.

¡Levantáos, amigos! Que el niño y el hombre de edad madura sostengan con sus esfuerzos a aquel a quien la muerte ha herido. Que Tuachtri, el primogénito entre los dioses, conmovido por vuestra piedad os conceda larga vida.

Y vosotras, mujeres de vida feliz, aproximaos y depositad vuestras ofrendas. Vosotras no tenéis lágrimas, y vuestros vestidos centellean por las alhajas que los adornan.

Tú, triste viuda, regresa a tu casa; ve a vivir entre tus hijos. Que el amor de ellos te recuerde el de aquel que ya no existe.

La India Literaria. Editorial Porrúa, Colección Sepan cuántos..., México, primera edición, 1972, p. 27.

6 de junio de 2010

A Mritiú, dios de la muerte 1/3.

¡Oh Mritiú! cambia de camino, porque el que sigues pertenece a los dioses. Tú tienes ojos para verme y oídos para oirme. Respeta a mis hijos, respeta a mis amigos.

Los individuos que quieran detener al genio de la muerte, y los que aspiren a prolongar su vida, deben ser puros y buenos, tener numerosos hijos y ricas cosechas.

La vida y la muerte se suceden. Si las alabanzas que dirigimos a los dioses nos son remuneradas, cantemos y dancemos. Tendremos una vida alegre.

He ahí la piedra que te separa, oh Muerte, de los vivos. Que ningún hombre se enmarañe en esa ruta. ¡Que vivan durante cien años, y que Mritiú permanezca encerrado en su caverna!

La India Literaria. Editorial Porrúa, Colección Sepan cuántos..., México, primera edición, 1972, p. 26.

21 de mayo de 2010

De la conformidad con la voluntad de Dios 2/2.


Perseverando la señora en este triste ejercicio, no solamente de día en la Iglesia, sino también de noche en su casa sin poder reposar, vencida una vez del cansancio se quedó dormida, y en este sueño se apareció el santo capitán Mauricio y le dijo: ¿Por qué, mujer, estás continuamente llorando la muerte de tu hijo, sin poder poner fin á tantas lágrimas? Respondió ella: No son poderosos todos los días de mi vida á dar fin a este llanto; y por esto, mientras que viviere, lloraré siempre á mi único hijo, ni cesarán estos ojos míos de derramar lágrimas, hasta que la muerte los cierre y aparte de este cuerpo esta ánima desconsolada. Replicó el Santo: Dígote, mujer, que no te aflijas ni llores más el hijo muerto como si muerto fuese porque no está muerto, sino vivo, y se está holgando con nosotros en la eterna vida; en señal de la verdad que yo te digo, levántate mañana á los maitines y oirás la voz de tu hijo entre las de los monjes que cantarán el divino oficio; y no solamente la gozarás mañana, pero todas las veces que te hallares presente á los divinos loores en la Iglesia; cesa, pues, y pon fin a tus lágrimas, teniendo antes ocasión de grande alegría que de tristeza. Despertando la mujer, esperaba con deseo la hora y entrando en la iglesia reconoció la madre en el canto de la antífona la voz suavísima del bienaventurado hijo, y segura ya de su gloria en el cielo, desechando de sí todo el dolor, dió infinitas gracias á Dios, gozando de ella cada día en los divinos oficios de aquella iglesia, consolándola Dios con esta ocasión y enriqueciéndola con este don.

Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas. Alonso Rodríguez, Tomo I, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1898, pp. 519-520.

De la conformidad con la voluntad de Dios 1/2.


En la historia Tebea se cuenta una singular merced que hizo San Mauricio, capitán que fué de la legión Tebea, á una señora muy su devota. Tenía ésta un hijito solo, el cual para que con tiempo se criase en religiosas costumbres, al fin de su tierna edad lo consagró en el monasterio de San Mauricio debajo del cuidado y gobierno de los monjes... Crióse en el monasterio este único hijo de esta señora en las letras y costumbres y en la disciplina monástica muy bien, y ya en el coro juntamente con los monjes había comenzado á cantar suavísimamente; pero sobrevínole una calentura pequeña de la cual murió. Vino la desconsolada madre á la iglesia, y con infinitas lágrimas acompañó al muerto hasta la sepultura; pero no bastaron las muchas lágrimas á templar el dolor de la madre, ni para que dejase de ir cada día á la sepultura a llorarle sin tasa, y mucho más cuando al tiempo que se decían los divinos oficios se acordaba que estaba privada de oir la voz de su hijo.

Ejercicio de Perfección y Virtudes Cristianas. Alonso Rodríguez, Tomo I, Apostolado de la Prensa, Madrid, 1898, p. 519.

14 de abril de 2010

¿Cómo se administra la Extremaunción?


Al entrar en el aposento del enfermo el sacerdote le da á él y á los que habitan en la casa la paz diciendo: La paz sea en esta casa y con todos los que habitan en ella... Por ella se acredita al sacerdote como enviado y lugarteniente del divino Salvador. Luego se acerca al enfermo, le da á besar el Crucifijo, derrama agua bendita en la habitación con el hisopo en forma de cruz... Si el enfermo no se ha confesado, el sacerdote, después de exhortarle á los sentimientos de compunción, le confiesa, cuando el tiempo y las circunstancias lo permiten; y si ya se ha confesado y hay que administrarle el Viático, se le administra. Luego el sacerdote procede á la administración de la Extremaunción. Principia pidiendo á Dios con fervor salud y bendición para el enfermo y para toda la casa, diciendo: Bendecid, Señor, nuestra entrada para que venga á esta casa eterna felicidad, divina prosperidad, serena alegría, caridad fructuosa, salud sempiterna; huya de este lugar el acceso a los demonios, estén presentes los ángeles de paz y abandone á esta casa toda maligna discordia. Glorificad, Señor, sobre nosotros vuestro santo nombre y bendecid nuestro proceder. Después de estas y otras oraciones el sacerdote excita á los presentes á rezar por el enfermo los siete Salmos penitenciales ó las Letanías y otras oraciones, y luego, extendiendo su mano derecha sobre el enfermo, hace tres veces la señal de la cruz, diciendo: En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, extíngase en ti toda virtud del diablo por la imposición de nuestras manos y por la invocación de todos los Santos, ángeles, arcángeles, Patriarcas, Profetas, Apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y de todos los santos. Amén. Después de concluida la unción, el sacerdote reza aún algunas oraciones por el enfermo, y en especial pide á Dios que le perdone sus pecados, que cure su alma y su cuerpo, que le defienda, le dé fortaleza y le devuelva á la Iglesia restablecida su salud. Al fin, dice el Ritual Romano, el sacerdote, según el estado de la persona, da al enfermo algún aviso ó saludable consejo y consuelo para que se confirme en morir en el Señor y para fortalecerle á fin de que resista á las tentaciones del demonio.

Gran Catecismo Católico. P. José Deharbe. Volumen IV, Madrid, Sociedad Editorial de San Francisco de Sales, 1895, pp 549, 550.

13 de abril de 2010

¿Qué cosa es la Extramaunción?


Así como la Santa Iglesia se acerca á la cuna del niño recién nacido para regenerarle á la vida sobrenatural por el Sacramento de Bautismo, así también se pone al lado del cristiano moribundo para aliviarle en su salida de este mundo por medio de otro santo Sacramento y prepararle á que renazca á la vida inmortal en el cielo.

Gran Catecismo Católico. P. José Deharbe. Volumen IV, Madrid, Sociedad Editorial de San Francisco de Sales, 1895, p 544.

5 de abril de 2010

Auxilio a los llamados muertos.


En el mundo a que han pasado los que se han libertado del cuerpo físico, un pensamiento amante es tan palpable a los sentidos como aquí pueden serlo las palabras amantes o los tiernos cuidados. Así, pues, todos los que marchan deben ser seguidos por pensamientos de paz y de amor, por deseos de que pasen pronto a través de los valles de la muerte hacia las brillantes regiones superiores. Muchos son los que permanecen en el estado intermedio más tiempo del que de otro modo estarían, porque tienen el mal Karma de no poseer amigos que sepan cómo ayudarles desde el lado de acá de la muerte. Y si la gente en la tierra supiese ¡cuánto consuelo y dicha experimentan los viajeros que marchan hacia los mundos celestes, por medio de estos verdaderos mensajeros angélicos, o sean esos pensamientos de amor y de fortaleza; si supiesen la potencia que tienen para reanimar y consolar, ninguno quedaría abandonado por los que quedan atrás. Los queridos "muertos" tienen, seguramente, derecho a nuestro amor y cuidado, y aun aparte de esto, cuán grande es el consuelo para el corazón, que carece de la presencia que iluminaba su vida, de poder seguir sirviendo al ser amado, y rodeado en su marcha de los ángeles guardianes del pensamiento!

Los ocultistas que fundaron las grandes religiones no descuidaron estos servicios, debidos por lo que queden en la tierra a los que parten de ella. Los indios tienen su Shraddha, por medio del cual ayudan en su camino las almas que ha pasado al mundo próximo, apresurando su paso al Svarga. Las iglesias cristianas tienen misas y oraciones para los "muertos": Concédele, Señor, la paz eterna, y permite que la luz perpetua brille sobre él", ruega el cristiano por su amigo del otro mundo.

El poder del pensamiento. Annie Besant. Editorial Guajardo, primera edición, 1980, pp 88, 89.

6 de marzo de 2010

Recado a Rosario Castellanos. Jaime Sabines.

Sólo una tonta podía dedicar su vida a la soledad y al amor.
Sólo una tonta podía morirse al tocar una lámpara,
si lámpara encendida,
desperdiciada lámpara de día eras tú.
Retonta por desvalida, por inerme,
por estar ofreciendo tu canasta de frutas a los árboles,
tu agua al manantial,
tu calor al desierto,
tus alas a los pájaros.
Retonta, rechayito, remadre de tu hijo y de ti misma.
Huérfana y sola como en las novelas,
presumiendo de tigre, ratoncito,
no dejándote ver por tu sonrisa,
poniéndote corazas transparentes,
colchas de terciopelo y de palabras
sobre tu desnudez estremecida.

¡Cómo te quiero, Chayo, cómo duele
pensar que traen tu cuerpo! -así se dice-
(¿Dónde dejaron tu alma? ¿No es posible
rasparla de la lámpara,
recogerla del piso con una escoba?
¿Qué, no tiene escobas la Embajada?)
¡Cómo duele, te digo, que te traigan,
te pongan, te coloquen, te manejen
te lleven de honra en honra funerarias!
(¡No me vayan a hacer a mí esa cosa
de los Hombres Ilustres, con una chingada!)
¡Cómo duele, Chayito! ¿Y esto es todo?
¡Claro que es todo, es todo!
Lo bueno es que hablan bien en el Excélsior
y estoy seguro de que algunos lloran,
te van a dedicar sus suplementos,
poemas mejores que éste, estudios, glosas,
¡qué gran publicidad tienes ahora!

La próxima vez que platiquemos
te diré todo el resto.

Ya no estoy enojado.
Hace mucho calor en Sinaloa.
Voy a irme a la alberca a echarme un trago.

Nuevo recuento de poemas. Jaime Sabines. Biblioteca Parelela, Joaquín Mortiz, México, octava reimpresión, 1990, pp-289, 290.

20 de febrero de 2010

Interrogatorio a la puerta del útero. Ted Hughes


¿Quién posee estas patas pequeñas y aflautadas?
La muerte.
¿Quién posee este rostro hirsuto y chamuscado?
La muerte.
¿Quién posee estos bronquios incansables?
La muerte.
¿Quién posee este abrigo gris de músculos?
La muerte.
¿Quién estas entrañas indescriptibles?
La muerte.
¿Quién este cerebro dudoso?
La muerte.
¿Toda esta sucia sangre?
La muerte.
¿Estos ojos de bajo rendimiento?
La muerte.
¿Esta pequeña lengua despreciable?
La muerte.
¿Este desvelo ocasional?
La muerte.

¿Dado, robado,
o pendiente de juicio?
Pendiente.

¿Quién posee esta tierra llovida y pedregosa?
La muerte.
¿Quién posee todo el espacio?
La muerte.

¿Quién es más fuerte que la esperanza?
La muerte.
¿Quién es más fuerte que la voluntad?
La muerte.
¿Más fuerte que el amor?
La muerte.
¿Más fuerte que la vida?
La muerte.

Pero, ¿quién es más fuerte que la muerte?
Yo, por supuesto.

Pasa Cuervo.

Revista La Guillotina.

24 de enero de 2010

Yo fui el primero... Morris West.

Yo fui el primero en entrar, encendiendo la luces. La escena era curiosamente tranquila. El Avvocato Bandinelli yacía tendido en un sofá de cuero. El agente Giampiero Calvi estaba sentado en un sillón, tras el escritorio, con la cabeza apoyada en los brazos. Encima del escritorio, junto a él, había una novela de Moravia, una pistola cargada, dos bocadillos de jamón, un huevo duro y termo de café. El café estaba caliente. Los dos hombres estaban fríos. El viejo Steffi husmeó el aire, realizó un breve examen de los cadáveres y pronunció su veredicto:
-Muertos. Gas cianhídrico. Pistola o bombona.

Morris West. La Salamandra. Plaza & Janés, Editores, 1973, España, p. 70.

17 de enero de 2010

Parte de guerra. Alejandro Dumas.


El duque de Beaufort escribía a Athos. La carta destinada al hombre sólo llegaba al muerto. Dios cambiaba la dirección.

"Mi querido conde, escribía el príncipe con su letra grande de escolar inhábil, una desgracia nos ha herido en medio de un gran triunfo. El rey pierde un soldado de los más bravos. Yo pierdo un amigo. Vos perdéis al señor de Bragelonne.

"Ha muerto gloriosamente, y tan gloriosamente, que no tengo fuerzas para llorarle como quisiera.

"Recibid mis tristes expresiones, mi estimado conde. El Cielo nos distribuye las pruebas según la grandeza de nuestro corazón. Esta es inmensa, pero no por encima de vuestro valor.

"Vuestro fiel amigo:

El duque de Beaufort."

Alejandro Dumas. El vizconde de Bragelonne, tomo II. Editorial Porrúa. Primera edición, París, 1848-1850, Primera edición en "Colección Sepan cuántos..." 1982, México, p. 585.

16 de enero de 2010

Cautivo y carceleros. Alejandro Dumas.


Y tendió la carta al capitán, quién leyó:

"Señorita, no os culpo por no amarme. Sólo os culpo por haberme dejado creer que me amabais. Este error me costará la vida. Os perdono, mas no me perdono yo. Dícese que los amantes dichosos son sordos a las quejas de los amantes desdeñados. No os sucederá así a vos,que no me amabais, pero oiréis mis quejas sin ansiedad. Estoy seguro que, si hubiese insistido para cambiar esta amistad en amor, hubierais cedido por temor dé ocasionar mi muerte o aminorar la estimación que os profesaba. Me es mucho más dulce morir sabiendo que sois libre y feliz...

"Así, ¡cuánto me amaréis cuando no temáis ya mi mirada o mi reproche! Me amaréis, sí, pues por encantador que os parezca un nuevo amor, Dios no me ha hecho inferior en nada al que habéis elegido, y mi afecto, mi sacrificio, mi doloroso fin, me asegurarán a vuestros ojos una superioridad indudable sobre él. He dejado escapar en la ingenua incredulidad de mi corazón, el tesoro que tenía. Muchas personas me dicen que me habíais amado lo bastante para llegar a amarme mucho. Tal idea me quita toda amargura y me induce a no mirar como enemigo más que a mí solo...

"Aceptaréis este último adiós, y me agradeceréis el haberme refugiado en el inviolable asilo en que se apaga todo odio y se eterniza todo amor.

"Adiós, señorita. Si fuese necesario comprar vuestra dicha con toda mi sangre, mi sangre daría yo. ¡Ya tengo hecho por ella el sacrificio con mi infortunio!

"Raúl, Vizconde de Bragelonne".

-La carta está bien -dijo Artagnan-. Sólo una cosa no apruebo.
-¡Decid cuál! -murmuró Raúl.
-Es que lo dice todo,menos lo que se exhala como un veneno mortal de vuestros ojos, de vuestro corazón; menos el amor insensato que os abrasa aún.
Raúl palideció y calló.
-Sólo deberíais haber escrito estas palabras: "Señorita, en vez de maldeciros, os amo y muero".
-Es verdad -dijo Raúl con alegría siniestra.
Y, desgarrando la carta que acababa de recobrar, escribió las siguientes palabras sobre una hoja de su librito de notas:

"Para tener la dicha de deciros todavía que os amo, cometo la cobardía de escribiros, y, para castigarme de esa cobardía, muero".

Y firmó.

Alejandro Dumas. El vizconde de Bragelonne, tomo II. Editorial Porrúa. Primera edición, París, 1848-1850, Primera edición en "Colección Sepan cuántos..." 1982, México, p. 474. 

15 de enero de 2010

6. Miguel Hernández.



El cementerio está cerca
de donde tú y yo dormimos,
entre nopales azules,
pitas azules y niños
que gritan vívidamente
si un muerto nubla el camino.

De aquí al cementerio, todo
es azul, dorado, límpido.
Cuatro pasos, y los muertos.
Cuatro pasos, y los vivos.

Límpido, azul y dorado,
se hace allí remoto el hijo.

Miguel Hernández. El hombre acecha y Cancionero y romancero de ausencias. Cupsa Editorial, 1a. edición, 1978. España, p. 47.

5 de enero de 2010

Xoloitzcuintli, compañero en la vida y en la muerte 2/2 - Luis F. Cariño.

Don Julio Ortega, médico e historiador nativo de Pachuca, Hidalgo, es propietario de varios Xoloitzcuintli y obsequió una cachorra llamada Xoli a la famosa, legendaria y acuiciosa arqueóloga, arquitecta y doctora en psicología Carmen Cook de Leonard, mexicana por nacimiento pero universal por su enorme producción científica sobre las culturas mesoamericanas.

Mi amiga Carmen recibió a la Xoli tan pequeña que le cabía en la mano y aún sobraba espacio. Fue la más fiel compañera que tuvo en su vida.

Compartieron el mismo plato en los buenos y los malos tiempos y al final la fidelidad de la Xoli llegó a sublimarse: se dejó morir 15 días antes de que falleciera Carmen.

¿Lo haría para esperarla al otro lado del Chignahuapan para guiarla y transportarla a través del mítico río?

Ce-Acatl. Revista de la Cultura de Anáhuac. Número 24/Veintena del Resurgimiento - 14 de febrero - 6 marzo de 1992, p.12.

Xoloitzcuintli, compañero en la vida y en la muerte 1/2 - Luis F. Cariño.

LLa traducción del náhuatl al español de la palabra XOLOTL en el "Vocabulario de Molina" es: paje, mozo, criado o esclavo... Según la creencia mexicana antigua las almas de los difuntos llegaban cuatro años después de la muerte a la orilla del rio CHICUNAHUAPAN o CHIGNAHUAPAN, el noveno río, que rodeaba al reino de los muertos, y sólo podían atravesarlo en caso de que estuviera esperándolas en la otra orilla del río su perro que al reconocer a su amo se arrojaba al agua para volver a cruzarla con él. Por eso se enterraba a los difuntos junto con su perro, al que, claro está, se sacrificaba previamente.

... Seler cree que se puede interpretar como animal-relámpago, por lo que es posible que el perro se haya considerado como el guía al reino de los difuntos por la doble razón de ser el símbolo del fuego y ser el que se precipita desde arriba, ya que en el México antiguo los muertos solían quemarse en una pira funeraria y se creía que el reino de los difuntos se encontraba por debajo de la superficie terrestre, y siendo el relámpago el animal que se hunde en la tierra, que hiende la tierra, el perro llegó a ser considerado como el animal que abría los caminos hacia el inframundo, el que cargaba con los muertos y los guiaba. Esta labor de portadores y guías de los muertos comunes estaba vinculada a los perros comunes, pero el perro Xolo, el Xoloitzcuintli, era el guía de los dioses muertos o del dios muerto. Y en el ocaso quien muere es el sol, que al atardecer se hunde en la tierrra, para alumbrar en el mundo de los muertos, transportado por Xolotl, el dios con cabeza de perro.

Ce - Acatl. Revista de la Cultura de Anáhuac. Número 24/Veintena del Resurgimiento - 14 de febrero - 6 de marzo de 1992, pp. 7 - 10.

4 de enero de 2010

Anochecía. - Ernesto Sabato.



De cuando en cuando aparecían los hermanos mayores. Juancho fue obligado, finalmente, a proseguir el sueño que había interrumpido. Y así Bruno pasó, por primera vez en su vida, la noche entera al lado de un moribundo. E intuyó que recién comenzaba a ser un hombre, porque únicamente la muerte prepara de verdad para la vida; pues la muerte de un solo ser unido a uno con vínculos entrañables permitía comprender la vida y la muerte de otros seres, por lejanos que fuesen, y hasta de los más humildes animales. Le daba agua, pudo aplicarle la inyección de morfina.

Habló en veneciano, quizá sobre hechos de su infancia, porque mencionaba nombres que nunca le había oído. También palabras sobre un timón o algo así. De pronto su expresión era de angustia. En otros momentos luchaba contra enemigos, revolviéndose en su lecho. Luego le oyó canturrear, y su expresión fue entonces de felicidad: acercándose a sus labios reconoció deformes restos de LE CAMPANE DE SAN GIUSTO, aquella canción de los irredentos triestinos que le había cantado cuando él era un chico.

A los dos días comenzó la agonía.

A Bruno de chocaron la indiferencia cortés, los gestos mecánicos con que el sacerdote le dio el aceite y rezó las oraciones. Con todo, sintió la solemnidad de la extremaunción: era su padre que se despedía para siempre de la vida, de aquella vida que había vivido con tanto coraje y tenacidad.

Dos velas fueron prendidas ante una estampa de San Marco. Juancho le colocó en el cuello una medalla del santo veneciano. Y el viejo, desde ese momento, misteriosamente se tranquilizó hasta morir.


Ernesto Sabato. Abbadón el exterminador. Biblioteca de bolsillo, Editorial Seix Barral, 1985, España, p- 464.

3 de enero de 2010

Pasionarias - Manuel M. Flores



XXIX
No más vida, Señor, ya no más vida!
Cuando lloraba el alma dolorida
Me nutría mi pesar.
Ahora no sufro ya, no deseo nada;
Pero tengo, Señor, mi alma cansada
Y quiero reposar.

XXX
Un viaje por un mar de tempestades
Es la vida mortal; la tumba es puerto.
Morir es regresar á nuestra patria....
No se debe llorar por los que han muerto.

Manuel M. Flores

2 de enero de 2010

La muerte de Ernesto Guevara 2/2 - Ernesto Sabato



El cadáver del Che fue arrastrado, aún caliente, hasta una camilla hacia el lugar en que sería recogido por un helicóptero. El suelo y las paredes del aula quedaron manchadas de sangre, pero ninguno de los soldados quiso limpiarlos. Lo hizo un sacerdote alemán, quien calladamente lavó las manchas y guardó en un pañuelo las balas que habían atravesado el cuerpo de Guevara.

Apenas llegó el helicóptero, la camilla fue atada a uno de los patines. El cuerpo, aún con la campera del guerrillero, estaba envuelto en un lienzo. Eddy González, un cubano que en La Habana había regentado un cabaret en la época de Batista, se acercó para darle una bofetada al rostro inerte del comandante muerto.

Al llegar el helicóptero a destino, el cuerpo fue puesto sobre una tabla, con la cabeza colgando hacia atrás y abajo, los ojos abiertos. Casi desnudo, estirado sobre la pileta de un lavadero, era iluminado por las luces de los fotógrafos.

Sus manos fueron cortadas a hachazos, para impedir la identificación. Pero el cuerpo fue mutilado en otras partes, también. El fusil fue a parar a manos del coronel Anaya, el reloj a manos del general Ovando. Uno de los soldados que participó en las operaciones le quitó los mocasines que uno de los camaradas de Guevara le había hecho en el monte. Pero como estaban muy maltratados por el uso y la humedad, no le sirvieron. (De los informes periodísticos.)

Habrá flores que te recuerden, palabras, cielos;
lluvias como ésta, y vivirás sin alteración
habiendo sucedido.
Duerme, libre de la adversidad, todo el orgulo
de la tristeza.

Ernesto Sabato, Abaddón el exterminador. Biblioteca de bolsillo, Ediciones Seix Barral, 1985, España, pp 241-242.

La muerte de Ernesto Guevara 1/2 - Ernesto Sabato



Expuesto y levantado para la muerte:
vedme, infortunios, galas, traído eternamente.
Días, edad, nubes, qué haréis conmigo!


Cuando llegué al aula, el Che se incorporó y me dijo:
-Usted ha venido a matarme.
Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder.
-¿Qué han dicho los otros? -me preguntó.
Le respondí que nada.
No me atrevía a disparar. En ese momento vi al Che muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentí que se me echaba encima y me dio un mareo.
-Póngase sereno -me dijo-. Apunte bien.


dinos dónde escondiste, ay! esa muerte
que nadie pudo verte,
imposible y callada.


Entonces di un paso hacia atrás, hacia la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a perder muchísima sangre. Yo recobré el animo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y finalmente en el corazón. (Relato del suboficial Terán a Arguedas.)


Ernesto Sabato. Abaddón el exterminador. Biblioteca de bolsillo, Editorial Seix Barral, 1985, España, pp. 240-241.