2 de enero de 2010

La muerte de Ernesto Guevara 2/2 - Ernesto Sabato



El cadáver del Che fue arrastrado, aún caliente, hasta una camilla hacia el lugar en que sería recogido por un helicóptero. El suelo y las paredes del aula quedaron manchadas de sangre, pero ninguno de los soldados quiso limpiarlos. Lo hizo un sacerdote alemán, quien calladamente lavó las manchas y guardó en un pañuelo las balas que habían atravesado el cuerpo de Guevara.

Apenas llegó el helicóptero, la camilla fue atada a uno de los patines. El cuerpo, aún con la campera del guerrillero, estaba envuelto en un lienzo. Eddy González, un cubano que en La Habana había regentado un cabaret en la época de Batista, se acercó para darle una bofetada al rostro inerte del comandante muerto.

Al llegar el helicóptero a destino, el cuerpo fue puesto sobre una tabla, con la cabeza colgando hacia atrás y abajo, los ojos abiertos. Casi desnudo, estirado sobre la pileta de un lavadero, era iluminado por las luces de los fotógrafos.

Sus manos fueron cortadas a hachazos, para impedir la identificación. Pero el cuerpo fue mutilado en otras partes, también. El fusil fue a parar a manos del coronel Anaya, el reloj a manos del general Ovando. Uno de los soldados que participó en las operaciones le quitó los mocasines que uno de los camaradas de Guevara le había hecho en el monte. Pero como estaban muy maltratados por el uso y la humedad, no le sirvieron. (De los informes periodísticos.)

Habrá flores que te recuerden, palabras, cielos;
lluvias como ésta, y vivirás sin alteración
habiendo sucedido.
Duerme, libre de la adversidad, todo el orgulo
de la tristeza.

Ernesto Sabato, Abaddón el exterminador. Biblioteca de bolsillo, Ediciones Seix Barral, 1985, España, pp 241-242.