16 de enero de 2010

Cautivo y carceleros. Alejandro Dumas.


Y tendió la carta al capitán, quién leyó:

"Señorita, no os culpo por no amarme. Sólo os culpo por haberme dejado creer que me amabais. Este error me costará la vida. Os perdono, mas no me perdono yo. Dícese que los amantes dichosos son sordos a las quejas de los amantes desdeñados. No os sucederá así a vos,que no me amabais, pero oiréis mis quejas sin ansiedad. Estoy seguro que, si hubiese insistido para cambiar esta amistad en amor, hubierais cedido por temor dé ocasionar mi muerte o aminorar la estimación que os profesaba. Me es mucho más dulce morir sabiendo que sois libre y feliz...

"Así, ¡cuánto me amaréis cuando no temáis ya mi mirada o mi reproche! Me amaréis, sí, pues por encantador que os parezca un nuevo amor, Dios no me ha hecho inferior en nada al que habéis elegido, y mi afecto, mi sacrificio, mi doloroso fin, me asegurarán a vuestros ojos una superioridad indudable sobre él. He dejado escapar en la ingenua incredulidad de mi corazón, el tesoro que tenía. Muchas personas me dicen que me habíais amado lo bastante para llegar a amarme mucho. Tal idea me quita toda amargura y me induce a no mirar como enemigo más que a mí solo...

"Aceptaréis este último adiós, y me agradeceréis el haberme refugiado en el inviolable asilo en que se apaga todo odio y se eterniza todo amor.

"Adiós, señorita. Si fuese necesario comprar vuestra dicha con toda mi sangre, mi sangre daría yo. ¡Ya tengo hecho por ella el sacrificio con mi infortunio!

"Raúl, Vizconde de Bragelonne".

-La carta está bien -dijo Artagnan-. Sólo una cosa no apruebo.
-¡Decid cuál! -murmuró Raúl.
-Es que lo dice todo,menos lo que se exhala como un veneno mortal de vuestros ojos, de vuestro corazón; menos el amor insensato que os abrasa aún.
Raúl palideció y calló.
-Sólo deberíais haber escrito estas palabras: "Señorita, en vez de maldeciros, os amo y muero".
-Es verdad -dijo Raúl con alegría siniestra.
Y, desgarrando la carta que acababa de recobrar, escribió las siguientes palabras sobre una hoja de su librito de notas:

"Para tener la dicha de deciros todavía que os amo, cometo la cobardía de escribiros, y, para castigarme de esa cobardía, muero".

Y firmó.

Alejandro Dumas. El vizconde de Bragelonne, tomo II. Editorial Porrúa. Primera edición, París, 1848-1850, Primera edición en "Colección Sepan cuántos..." 1982, México, p. 474.