15 de junio de 2010

Poema. Circe Maia.



Por detrás de mi voz
-escucha, escucha-
otra voz canta.

Viene de atrás, de lejos
viene de sepultadas
bocas, y canta.

Dicen que no están muertas
-escúchalos, escucha-
mientras se alza
la voz que los recuerda
y canta.

Dicen que ahora viven
en tu mirada
-Sosténlos con tus ojos
con tus palabras
sosténlos con tu vida
que no se pierdan
que no se caigan.

No son sólo memoria
son vida abierta
continua y ancha.

Son camino que empieza
y que nos llama.

Cantan conmigo
conmigo cantan.


Poesía rebelde en Latinoamérica. Saúl Ibargoyen, Jorge Boccanegra. Editores Mexicanos Unidos, 1a. Edición, 1978, pp. 319-320.

13 de junio de 2010

Poe.

A las puertas de una taberna de Baltimore yace el moribundo boca arriba, despatarrado, ahogándose en su vómito. Alguna mano piadosa lo arrastra al hospital, en la madrugada; y nada más, nunca más.

Edgar Allan Poe, hijo de harapientos cómicos de la legua, poeta vagabundo, convicto y confeso culpable de desobediencia y delirio, había sido condenado por invisibles tribunales y había sido triturado por tenazas invisibles.

Él se perdió buscándose. No buscando el oro de Californa, no: buscándose.

Memoria del fuego (II) Las caras y las máscaras. Eduardo Galeano. Siglo XXI editores, p.205.

8 de junio de 2010

Marikikii. Gabriel Pacheco Salvador.

Hace años vivía un niño muy acuitado. Su mamá lo apodaba Marikikii. Solía esconderse cuando veía pasar gente con un muerto. Solo, se ponía a meditar. Duraba mucho tiempo pensando en la muerte, porque le preocupaba mucho que la vida se terminara. Por eso, por las tardes, cuando acostumbraba acostarse, no dormía pronto por estar pensando: ¿Por qué será que los hombres morimos? ¿Por órdenes de quién nos sucede? ¿Qué se sentirá estar muerto? Realmente he escuchado que los muertos no respiran, ¿qué las personas que se hacen pasar por muertos aguantan mucho? ¿Y por qué yo no puedo aguantar tanto? ¿Por qué ellos se martirizan? Es bien sencillo, deberían respirar y volver a la vida normal. Así pensaba continuamente.

Al despertar, se levantaba con casi nada de inquietud, pero cuando atardecía entraba en un mundo de temores y cuando ya oscurecía, no podía ni moverse de su cama del miedo que lo aterrorizaba; le tenía sin cuidado si estaba cansado por mantenerse en una sola posición, lo que importaba era no moverse, ésa era su resignación.

Iguana Azul, revista de literatura en lenguas indígenas, No. 4, p. 20.

A Mritiú, dios de la muerte 3/3.


Oh tú, que te hallas tendido ahí, sin respiración; tu mano débil ha dejado escapar el arco; yo lo cojo. Con él se mostrará nuestra fuerza, porque nosotros somos hombres de corazón.

Oh amigo, que dejaste de vivir, vuelve a la tierra, madre generosa; que ella te sea leve como un tapiz sedoso, porque honraste a los dioses.

Oh Tierra, entreábrete. Recibe dulcemente a tu hijo. No lastimes en lo más mínimo su cuerpo inmóvil. Cúbrelo, como una madre acuesta a su hijo y lo tapa con su ropa.

Levanto ese montículo de césped que servirá de defensa a sus restos. Los dioses velen por ti. Que Yama adopte como suya esta morada.

Pero mi vida se escapa, y me lleva como la flecha guarnecida lleva su pluma. Y, ahora, silencio. Es preciso que contenga mi voz, como se refrena el ardor de un corcel.

La India Literaria. Editorial Porrúa, Colección Sepan cuántos..., México, primera edición, 1972, p. 27.

7 de junio de 2010

A Mritiú, dios de la muerte 2/3.


Los días, los meses y las estaciones se suceden. Que el más anciano deje su lugar al más joven. Que esa sea, oh Dios, la ley de este pueblo.

¡Levantáos, amigos! Que el niño y el hombre de edad madura sostengan con sus esfuerzos a aquel a quien la muerte ha herido. Que Tuachtri, el primogénito entre los dioses, conmovido por vuestra piedad os conceda larga vida.

Y vosotras, mujeres de vida feliz, aproximaos y depositad vuestras ofrendas. Vosotras no tenéis lágrimas, y vuestros vestidos centellean por las alhajas que los adornan.

Tú, triste viuda, regresa a tu casa; ve a vivir entre tus hijos. Que el amor de ellos te recuerde el de aquel que ya no existe.

La India Literaria. Editorial Porrúa, Colección Sepan cuántos..., México, primera edición, 1972, p. 27.

6 de junio de 2010

A Mritiú, dios de la muerte 1/3.

¡Oh Mritiú! cambia de camino, porque el que sigues pertenece a los dioses. Tú tienes ojos para verme y oídos para oirme. Respeta a mis hijos, respeta a mis amigos.

Los individuos que quieran detener al genio de la muerte, y los que aspiren a prolongar su vida, deben ser puros y buenos, tener numerosos hijos y ricas cosechas.

La vida y la muerte se suceden. Si las alabanzas que dirigimos a los dioses nos son remuneradas, cantemos y dancemos. Tendremos una vida alegre.

He ahí la piedra que te separa, oh Muerte, de los vivos. Que ningún hombre se enmarañe en esa ruta. ¡Que vivan durante cien años, y que Mritiú permanezca encerrado en su caverna!

La India Literaria. Editorial Porrúa, Colección Sepan cuántos..., México, primera edición, 1972, p. 26.