8 de junio de 2010

Marikikii. Gabriel Pacheco Salvador.

Hace años vivía un niño muy acuitado. Su mamá lo apodaba Marikikii. Solía esconderse cuando veía pasar gente con un muerto. Solo, se ponía a meditar. Duraba mucho tiempo pensando en la muerte, porque le preocupaba mucho que la vida se terminara. Por eso, por las tardes, cuando acostumbraba acostarse, no dormía pronto por estar pensando: ¿Por qué será que los hombres morimos? ¿Por órdenes de quién nos sucede? ¿Qué se sentirá estar muerto? Realmente he escuchado que los muertos no respiran, ¿qué las personas que se hacen pasar por muertos aguantan mucho? ¿Y por qué yo no puedo aguantar tanto? ¿Por qué ellos se martirizan? Es bien sencillo, deberían respirar y volver a la vida normal. Así pensaba continuamente.

Al despertar, se levantaba con casi nada de inquietud, pero cuando atardecía entraba en un mundo de temores y cuando ya oscurecía, no podía ni moverse de su cama del miedo que lo aterrorizaba; le tenía sin cuidado si estaba cansado por mantenerse en una sola posición, lo que importaba era no moverse, ésa era su resignación.

Iguana Azul, revista de literatura en lenguas indígenas, No. 4, p. 20.