26 de agosto de 2010

La muerte y el tranvía 2/3.


Ahora que lo pienso me extraña que yo no indagara en los detalles, que no preguntara cómo lo sabía, por qué lo habían matado, cómo había sido; pero en ese momento los pormenores me parecieron insignificantes y en lo único que pensaba era en mi madre y mi hermano, viajando probablemente por la meseta castellana, sin saber que desde hacía varios días el cadáver de mi padre se enfriaba en la gaveta de una morgue. Di media vuelta y salí a la calle, vi la acera desierta castigada por el sol deslumbrante y caminé de prisa... Fue entonces cuando me preocupé por los detalles... Lo habían matado tres días atrás... Habían sido dos balazos certeros, en medio de la calle y a plena luz del día. Murió en el camino al hospital. Del asesino no se sabía nada, más que lo había matado a traición, como matan los cobardes. Entré al baño y me froté la cara con agua fría. Me miré en el espejo y por primera vez en la vida noté las facciones de mi padre, los ojos oscuros y rasgados, los labios finos. Sentí deseos de llorar pero me eché más agua fría en la cara y me mojé la cabeza.

La muerte y el tranvía. Nicasio Urbina. Crítica, Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla, Nueva Época, diciembre-enero, No. 64,  pp. 117-118.