29 de diciembre de 2009

A veces le digo:

-Oh, pobres de nosotros, ¿Quién sabe cuál de los dos se irá primero? ¿Serás tú la primera en irse, o seré yo? Desde luego, volveremos a ver la pobreza, ¿quién sabe cuándo? No sabemos cuál de los dos morirá primero. Quizá sea mejor que seas tú, porque yo diría las plegarias. Sería bueno que te fueras primero porque yo te enterraría. Yo sé cómo celebrar un entierro. Si tuviéramos una hija, o un hijo. Pero ¿qué hacer? Si yo soy el primero que se va, ¿quién te enterrará? Tengo una hija, pero ¿quién sabe quién cuidará de ti? Pero ¿qué podemos hacer? ¡Si Dios nos hiciera el favor de llamarnos juntos! Pero ¿qué se puede hacer? Sea como sea. Y también, si me abandonas, después de todo lo que hemos hecho juntos, ¿de qué servirá? Si eres la primera en morir, ¿quién me cuidará? ¿Qué mujer hará todas las cosas que tú has podido hacer por mí? Si encuentro otra mujer -porque tendría que buscar otra- esto es lo que ciertamente haría: se llevaría todo tu trabajo para venderlo. La forma en que vivimos es buena, gracias a Dios. Tú cuidas bien nuestras cosas, cuidas bien de nuestro bienestar. Pero ¿qué ocurrirá cuando Dios nos separe? ¿Qué haremos? ¿Cuál de nosotros se irá primero? ¿Quién sabe cuándo completaremos nuestra cuenta? -le digo yo.

El contador de los días.Vida y discurso de un adivino ixil. Benjamin N. Colby y Lore M. Colby. Fondo de Cultura Económica, México, 1a edición en español, 1986, p. 113.