20 de diciembre de 2009

Después de las once 1/2.


Todo en torno de mí está sosegado al par de mi espíritu. Doyte gracias, mi Dios, porque en este último trance me franqueas tan denodado brío.
...
Ruego al padre por medio de una esquelilla que se sirva resguardar mi cadáver. En el atrio de la iglesia, a la esquina que mira al campo, hay dos tilos, a cuyos pies anhelo descansar. Puede, y no dejará de hacerlo por un amigo, y más si tú se lo recomiendas. No trato de pedir a los fieles cristianos que coloquen sus restos junto a los de un triste desventurado. ¡Ay!, quisiera que se me enterrase en un camino o en un valle solitario, para que sacerdotes y levitas pasasen de largo con sus bendiciones, y los samaritanos derramasen alguna lágrima.

Aquí estoy, Carlota; no me estremezco al empuñar el yerto y pavoroso cáliz, en el cual voy a beber el sueño de la muerte. Tú me lo brindas, y no me emperezo. Aquí se cifra todo, y así se cumplen todos los anhelos y esperanzas de mi vida. Tan sereno y tan erguido descargo el aldabazo sobre la puerta herrada de la muerte.

Es hacerme partícipe de la dicha del morir por ti; por ti, Carlota, rendirme en holocausto. Moriría animoso, moriría placentero, con tal que pudiera restablecerse el sosiego y el júbilo de tu vida. Pero ¡ay! quizá no ha cabido en suerte a muchos héroes el derramar la sangre por los suyos y con tal sacrificio acarrearles una nueva y centuplicada vida.

Con esta ropa, Carlota, quiero ser enterrado; quedó santificada con tu contacto, y así se lo suplico también a tu padre. Mi alma vuela ya en torno del ataúd. No hay que registrar mis bolsillos. Aquellos lazos rojizos que llevabas al pecho la primera vez que te vi con los niños (bésalos mil veces, y particípales la suerte de su desventurado amigo, los preciosos del alma siempre me bullen alrededor; ¡cómo me aferré desde el primer momento en que no podía desviarme de ti!)... estos lazos se han de sepultar conmigo; ¡me los enviaste en mi cumpleaños! ¡Cómo me empapaba en tales logros!... ¡Ay de mí! No soñaba que tendría este paradero... Paz, paz, te lo suplico.

Ya están cargadas... ¡las doce!... Ea, pues... ¡Carlota, Carlota, adiós, adiós!

Las cuitas de Werther. J. W. Goethe. Colección Austral, Espasa-Calpe Mexicana, 15o edición, 1992, pp. 141, 142, 143.