22 de diciembre de 2009

Después de las once 2/2.


Un vecino vio el fogonazo y oyó el estallido; pero no paró en ello la atención.

Por la madrugada, a las seis, entró el criado con luz; halló a su amo en el suelo, la pistola y la sangre. Le habló, le afianzó, no respondía; pero aún le seguía el ronquido. Corrió en busca de facultatitivos y de Alberto. Carlota oyó la campanilla y un temblor se apoderó de todos sus miembros. Despertó a su marido; levantáronse; el criado sollozando y titubeando, les dio la noticia; Carlota se tendió desmayada delante de Alberto.

Vino el médico, halló en el suelo y dio por deshauciado al infeliz; y aunque le latía el pulso tenía todos los miembros estropeados. Se había disparado sobre el ojo derecho y volándole los sesos. Abriéronle, aunque por de más, una vena en el brazo;corrió la sangre y seguía alentando.

Por la sangre en los lados de las sillas se echaba de ver que, sentado ante el bufete, se había disparado, y luego en la convulsión se había volcado al suelo. Con el desfallecimiento se había respaldado cerca de la ventana, vestido enteramente con el frac azul y la chupa amarilla.

Huéspedes, vecinos y pueblo, todos acudieron en conmoción. Entró Alberto. Habían puesto a Werther en la cama y vendándole la frente. Estaba inmoble y con el semblante cadavérico. Los pulmones, ya más, ya menos, le roncaban horrorosamente, y se estaba acabando por puntos.

Había bebido un vaso de vino, y tenía abierto sobre el bufete Emilia Galoti.

No hay que ponderar el trastorno de Alberto y los lamentos de Carlota.

El anciano apoderado acudió traspasado al primer aviso, y besó al moribundo, con lágrimas entrañables. Sus mayorcitos vinieron en seguida al pie y se sentaron a la cabecera; con ademanes de un quebranto incontrastable le besaron las manos y la boca; y el mayor, que siempre le había merecido especial privanza, se clavó en sus labios, hasta que se hizo indispensable el separarle y sacarle a viva fuerza. Expiró, por fin, al mediodía. La presencia y disposición del apoderado evitaron un alboroto. A eso de las once de la noche se le sepultó en el sitio que había escogido. El anciano y los niños asistieron al entierro. Alberto no pudo. Zozobraba la vida de Carlota. Menestrales fueron los portadores, sin acompañamiento de eclesiásticos.

Las cuitas de Werther. J. W. Goethe. Colección Austral, Espasa-Calpe Mexicana, 15o edición, 1992, pp 143-144.